Thursday, September 28, 2006

ACERCA DE LA POLEMICA DEL DISCURSO DE SU SANTIDAD



VARIADOS ENFOQUES PARA LEER E INSTRUIRSE
Durante su pasada visita a Alemania, el papa Benedicto XVI pronunció un discurso en la Universidad de Ratisbona, de la que fue catedrático, con el que pretendía sentar las bases para que pueda darse el diálogo entre culturas y religiones: su propuesta consistía en una nueva relación entre fe y razón. Durante su alocución, el Santo Padre condenó la defensa de la fe mediante la violencia, recurriendo, entre otras citas, a un diálogo del siglo XIV en el que Manuel II Paleólogo, emperador de Bizancio, aseguraba a un interlocutor que en Mahoma sólo se veían «cosas malas e inhumanas, como su orden de difundir la fe usando la espada», mientras que el Corán proclama «ninguna obligación en las cosas de la fe». La difusión descontextualizada de esta referencia ha provocado una oleada de protestas y críticas, procedentes especialmente del mundo musulmán, a las que se han unido diversos atentados contra iglesias cristianas en el Próximo Oriente.He recopilado a continuación algunos enlaces a artículos y editoriales que se han publicado al respecto en diversos medios de comunicación:
Ninguna obligación en las cosas de la fe17 de Septiembre de 2006
Así nos introduce Álex,
en un foro de Ágora Marianista, al tema del revuelo formado en el mundo islámico, al declararse el Papa en contra de la violencia como forma de transmitir y defender la fe, en su última intervención pública:
Durante su pasada visita a Alemania, el papa Benedicto XVI pronunció un discurso en la Universidad de Ratisbona, de la que fue catedrático, con el que pretendía sentar las bases para que pueda darse el diálogo entre culturas y religiones: su propuesta consistía en una nueva relación entre fe y razón. Durante su alocución, el Santo Padre condenó la defensa de la fe mediante la violencia, recurriendo, entre otras citas, a un diálogo del siglo XIV en el que Manuel II Paleólogo, emperador de Bizancio, aseguraba a un interlocutor que en Mahoma sólo se veían «cosas malas e inhumanas, como su orden de difundir la fe usando la espada», mientras que el Corán proclama «ninguna obligación en las cosas de la fe». La difusión descontextualizada de esta referencia ha provocado una oleada de protestas y críticas, procedentes especialmente del mundo musulmán, a las que se han unido diversos atentados contra iglesias cristianas en el Próximo Oriente.
OTRO COMENTARIO QUE EXTRAÍ
Me acordé de todo esto cuando recientemente leí la parte editada por el profesor Theodore Khoury (Münster) del diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez durante el invierno del 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y la verdad de ambos. Fue probablemente el mismo emperador quien anotó, durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402, este diálogo. De este modo se explica el que sus razonamientos son reportados con mucho más detalle que las respuestas del erudito persa. El diálogo afronta el ámbito de las estructuras de la fe contenidas en la Biblia y en el Corán y se detiene sobre todo en la imagen de Dios y del hombre, pero necesariamente también en la relación entre las «tres Leyes» o tres órdenes de vida: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, Corán. Quisiera tocar en esta conferencia un solo argumento --más que nada marginal en la estructura del diálogo-- que, en el contexto del tema «fe y razón» me ha fascinado y que servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre este tema. En el séptimo coloquio (controversia) editado por el profesor Khoury, el emperador toca el tema de la «yihad» (guerra santa). Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: «Ninguna constricción en las cosas de la fe». Es una de las suras del periodo inicial en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. Sin detenerse en los particulares, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», de manera sorprendentemente brusca se dirige a su interlocutor simplemente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia, en general, diciendo: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba». El emperador explica así minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas… Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir a los músculos ni a instrumentos para golpear ni de ningún otro medio con el que se pueda amenazar a una persona de muerte…». La afirmación decisiva en esta argumentación contra la conversión mediante la violencia es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. El editor, Theodore Khoury, comenta que para el emperador, como buen bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. Para la doctrina musulmana, en cambio, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está ligada a ninguna de nuestras categorías, incluso a la de la racionalidad. En este contexto Khoury cita una obra del conocido islamista francés R. Arnaldez, quien revela que Ibh Hazn llega a decir que Dios no estaría condicionado ni siquiera por su misma palabra y que nada lo obligaría a revelarnos la verdad. Si fuese su voluntad, el hombre debería practicar incluso la idolatría.
EN UN SEMANAL INTERNACIONAL SE MENCIONABA
17 de septiembre de 2006. Desde la condena a muerte contra el escritor paquistaní Salman Rushdie, pronunciada por el régimen iraní de los ayatolás hace ya varias décadas, el mundo ha tenido que acostumbrarse a que una nueva inquisición, la que ejerce el islamismo radical, desate periódicamente sus iras contra quienes ofenden su particular interpretación del Islam y su no menos especial sensibilidad, siempre a flor de piel. No obstante, era difícil imaginarse que el propio Papa de Roma, una figura que, además de lo que representa para los católicos, es una de las máximas instancias espirituales de la humanidad, pudiese acabar en el punto de mira de los islamistas.Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, es un gran teólogo y un erudito, y el sesgo particular que está dando a su pontificado no podía separarse de esa formación y dedicación académica que ha marcado toda su vida. Cuando en su país natal, Alemania, ha querido explicar a los fieles las razones teológicas por las cuales la violencia debe rechazarse como medio para la difusión de la fe, ha recurrido a un viejo diálogo entre un emperador bizantino y un sabio persa, en el que el primero condenaba explícitamente como cosa malvada e inhumana la interpretación de la doctrina del profeta Mahoma que sostiene que se debe "difundir por medio de la espada la fe que él predicaba".De ese viejo diálogo, el Papa deduce una enseñanza de valor universal, aplicable por igual a todas la religiones: "la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional", ya que "la violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma". Sin embargo, no se ha librado del furor islamista, por el mero hecho de haber citado unas palabras de hace casi siete siglos que mencionaban desfavorablemente a Mahoma.La reacción producida, que habría que calificar de grotesca si no fuera por las graves consecuencias que quizá tenga, sirve para poner sobre la mesa la cuestión de hasta cuándo el mundo occidental puede seguir tolerando las campañas de agitación orquestadas por el islamismo radical por motivos fútiles, y cuál es el grado de consideración que cabe guardar hacia quienes se comportan de semejante forma.La periodista italiana recientemente fallecida Oriana Fallaci dedicó los últimos años de su vida a intentar hacer despertar a las sociedades occidentales frente a lo que consideraba una excesiva complacencia con quienes amenazan todo nuestro sistema de vida y de valores. La manera en que argumenta genera rechazo en muchas personas por su descarnada virulencia, pero lo que le acaba de ocurrir a Benedicto XVI, con el que la izquierdista y atea Fallaci había llegado a confluir en muchas cosas, lleva a pensar que no debía de estar muy desencaminada.